Saturday, June 27, 2009

Leves briznas al viento

Daniel Angulo me sugirió que no dejara de lado las notas culturales de las reuniones informales que tenemos de vez en cuando los que llevamos bien clavada la espinita del arte y la literatura. Jaime Cabrera, mucho más severo afirma que “lo escrito escrito está" ya que las palabras se las lleva el viento y probablemente nadie las recupere por inocuas, cuando la tecnología lo permita. Como Gabo, me gusta hacer estas notas para que mis amigos me quieran más y mis enemigos (si los tengo) dejen de serlo. Obviamente que al final son epifanadas que van a parar al océano de la nada.

La reunión de la pasada noche donde Adriana Herrera Téllez fue especial porque reunió a literatos, poetas, pintores, periodistas y sicólogos. Adriana, haciendo honor a su nombre, nos contó un cuento muy hermoso de su cosecha, donde en cierta forma cuestiona a la literatura y a la vida que se nutre de violencia. En el cuento, esta escritora y periodista pacifista, compasiva y tierna, nos presenta una Arianna que va en busca del Minotauro no para matarlo sino para seducirlo e invitarlo a que se adentre en su vertiginoso laberinto.

Aunque todos participamos, la batuta la tomó Alberto Gómez, un pintor que comparte su pasión por el arte con jóvenes hispanos y que elabora murales grandes y llenos de colorido. Este pintor que investiga a profundidad para plasmar su obra, disertó sobre varios aspectos de la historia colombiana. Lo que me extremeció de su trabajo luego de examinarlo detenidamente, fueron 82 grabados que recogen la imagen de 82 funcionarios colombianos de la rama legislativa (número cabalístico que reposa en los Archivos de Seguridad Nacional de los Estados Unidos). Hay algo macabro que los identifica y produce pesadillas. Esos 82 Padres de la Patria pronto quedarán en la ignominia porque la vida es breve pero perdurarán en la memoria de la infamia rescatada por Alberto porque el arte es eterno. Afortunadamente para recuperar la cordura Adriana tiene varias obras de Alberto entre las que se destaca un Quijote de tamaño natural con la cabeza llena de ideales y los brazos listos a deshacer entuertos y una Virgen que se me pareció a una novia cuando el vino rojo hizo mella en mi mollera. Más tarde, ya en mi cama, la virgen me salvó de la pesadilla.

Beatriz Mendoza, que nosotros confundimos con la hermosa Butis, vestida y perfumada de rosa, abandonada de Dios pero no de nosotros sus amigos, comprensiva porque no pide sino fidelidad a la palabra, nos regaló unos versos reservados para los bellos de espíritu. Su esposo Juan Bernal, desde el brazo de la silla, la secundaba.

Luis A. Miranda, quien generalmente pontifica en las tertulias, encontró a un Papa de calibre mayor que lo mantuvo en vilo toda la noche.

-Mi madre me puso Alberto -dijo Alberto.

-Y tú te crees "el Magno" -le ripostó rápidamente Luis.

Hasta el mismo Alberto aplaudió el hecho de que Luis hubiera esperado hasta el final de la velada para sacarse la espinita. En realidad, en esas reuniones el ego que todo artista debe tener y cultivar a veces se apodera de unos más que de otros. Afortunadamente sirve para espolear la inteligencia y para que la discusión no caiga en árida estupidez que flota en otras reuniones donde el artista no se halla.

La lectura de poemas de Luis fue diversa porque con su lente proustiano nos hizo ver que somos factura de esas imágenes sin razón.

Aunque Marta I. Daza planteó la permanencia, Juan Pablo Salas, nos hizo traspasar las fronteras del deseo y llegar a la otra orilla (ver páginas 47-52) de ese río heraclitiano que es monstruoso no porque cambie sino porque somos nosotros los variables, vanos, cambiantes y altisonantes.

José O.

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